Vivir en Manoa

Monumento a Rodrigo de Triana en Sevilla.
Escultura realizada por José Lemus en 1973. 

Por Addy Góngora Basterra.
Publicado en el Diario de Yucatán.

I


Un día de estos voy a memorizar algunos párrafos del escritor italiano Alessandro Baricco. Así podré repetírselo a quien se deje como las veces que involuntariamente me pongo a cantar —sin permiso de los presentes— en horas de oficina, ante amigos, familia e incluso desconocidos. Me aprendería, por ejemplo, tramos como este:

“Siempre sucedía lo mismo: en un momento determinado, alguien levantaba la cabeza… y la veía. Es algo difícil de comprender. Es decir… éramos más de mil en aquel barco, entre ricachones de viaje, y emigrantes, y gente rara, y nosotros… Y, sin embargo, siempre había uno, uno solo, uno que era el primero… en verla (…) El primero en ver América. En cada barco hay uno (…) Son gente que desde siempre tuvieron ese instante impreso en su vida. Y cuando eran niños, podías mirarlos a los ojos y, si te fijabas bien, ya veías América preparada para saltar, para deslizarse por los nervios y la sangre y yo qué sé, hasta el cerebro y desde allí a la lengua, hasta dentro de aquel grito (gritando), AMÉRICA, ya estaba allí, en aquellos ojos, desde niño, toda entera, América. Allí, esperando”.

Ese es el inicio de “Novecento. La leyenda del pianista en el océano” monólogo teatral que habita en un libro flaquito que me llena de gozo cada vez que lo recuerdo.


II


Érase una vez la inmensidad del mar y días de travesía. Érase una vez el horizonte y nada más que el horizonte… hasta que el doce de octubre de mil cuatrocientos noventa y dos la tierra fue posible en las pupilas del vigía. Y entonces, entre la monotonía y el vaivén de las olas que tanto prometían, surgió la voz afirmando la utopía: ¡Tierra! La proa estaba próxima a la nueva maravilla. ¡Tierra! ¿Qué grito de la historia puede competir con la garganta del tripulante de “La Pinta”? Rodrigo de Triana era su nombre, el muchacho a quien —con protagónica mentira— Cristóbal Colón arrebató los diez mil maravedís anuales y de por vida que los Reyes prometieron para quien fuera el primero en vislumbrar otra orilla… tierra que no fue el continente en sí, sino una pequeña isla de Bahamas: San Salvador. El arte le ha hecho justicia al centinela de la carabela: hay una escultura suya realizada por José Lemus en el barrio de Triana, Sevilla, donde está el grito de Rodrigo inmortalizado en piedra, la vista clavada en la distancia y la mano extendida señalando la antesala del Nuevo Mundo.


III


Para quienes surcaron el océano durante la conquista, la búsqueda de riquezas era una obsesión. Uno de los mitos en el imaginario europeo sobre aquello que podía encontrarse al otro lado del mar, era una ciudad de oro. Y ésta es Manoa, la legendaria ciudad también conocida como “El Dorado”, motivo de seducción y expediciones detonadas por la laguna de Guatavita, en Colombia; aguas convertidas en leyenda tras el hallazgo de la “Balsa Muisca”, una de las piezas más hermosas de la orfebrería precolombina.



Manoa nunca se ha encontrado, siempre está un paso adelante de todo aquel que desee llegar… cumpliendo su destino de ciudad perdida. Tal vez sea porque “Manoa no es un lugar / sino un sentimiento”, como escribiera el poeta venezolano Eugenio Montejo. Me gusta creerlo, porque eso significaría que muchos de nosotros no tendríamos que aventurarnos en su búsqueda por la exuberante vegetación selvática, porque probablemente ya vivamos en Manoa o, sin saberlo, estemos muy cerca de su suelo: 

"Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella".

Bien lo dijo un arriero: “Que no hay que llegar primero, sino hay que saber llegar”. Qué buen momento será el día en el que descubramos esa ciudad-persona para habitar; qué buen momento cuando nuestros ojos reconozcan eso esperado sin que nadie nos arrebate la recompensa ni la dicha de encontrar lo deseado: vivir en Manoa… y descubrir que eso es lo que somos para alguien más.

Link al poema “Manoa” de Eugenio Montejo en Letranías: