Por Addy Góngora Basterra.
Publicado en el Diario de Yucatán.
I
Antes de aprender a leer literatura, aprendí a escucharla. Me acerqué a los libros a través de versos y fragmentos leídos en voz alta. Me enamoré de cómo sonaban las palabras y tuve la fortuna de estudiar una carrera donde pude darle rienda suelta a ese amor: Letras Hispánicas.
Ahí tuve la voz de profesores que entonaban párrafos de tal manera que ahora, al releerlos en soledad, vuelvo a lo que fueron esas tardes de universidad. En un salón de clase me apasioné por Simón Bolívar a través de una mujer de Mar del Plata, quien con su acento argentino hablaba del Libertador como quien habla de un amante o como si fuera su reencarnación. Siembra antojo quien sabe contar historias, seduce, contagia. Por eso sobrevivió Scherezada, porque supo narrar su salvación ante el sultán que cada noche se daba cita para escucharla.
II
Así como hay personas que toman fotografías cuando viajan, hay personas que toman palabras de los libros que leen. Una de las palabras que recientemente extraje de una lectura es Hawakati. En tinta negra la escribí en un lugar donde pudiera verla, porque no quería olvidarla. Hawakati es más que una palabra, es una persona. Y es más que una persona, es el prodigio de la fantasía, la encarnación de los sueños, porque Hawakati es un contador de historias, según la tradición oral oriental.
Durante días busqué su equivalente en maya. Le pedí por favor a quien tiene el diccionario hecho por Alfredo Barrera Vázquez que la buscara; tuve acercamientos, como Paap Kan, que significa “contar cuentos y parlar mucho”. Después pensé que si esa palabra existía posiblemente no estaría en un diccionario, sino en la tradición oral, es decir, en la gente. Hay palabras que no están en el papel pero sí en la experiencia de las personas que las viven y que las usan diariamente.
III
—Ajtsikbal.
Esa fue la palabra que escuché al otro lado del teléfono.
Si alguien podía conocer la palabra en maya para un contador de historias, esa persona debía ser Fidencio Briceño Chel, maya hablante, profesor e investigador.
—¿Ajtsikbal? —repetí. ¿Cómo la traducirías?
—Es alguien que platica, pero en realidad es más que eso. Ajtsikbal es la persona que genera el respeto por la palabra -me dijo. Alguien que no solamente cuenta, sino quien lleva en su relato una enseñanza de por medio y un respeto por el otro.
IV
La pasión con la que se comparte lo que se sabe y lo que se piensa, la pasión con la que se lee es lo que provoca el eco y deja huella en quien escucha. Es sello de identidad la forma como pronunciamos, así como a un cantante la interpretación de cierto tema puede consagrarlo o derrumbarlo. Nada cautiva más que una historia bien contada; tal vez por eso recuerdo con tanta precisión clases que tuve hace años con profesores que utilizaron relatos para su enseñanza y aquellos que leyeron en voz alta. Volvieron inolvidables fragmentos y versos que recuerdo con la misma facilidad que el estribillo de una canción.
A veces, al pasar la mirada por párrafos o poemas a los que otros le pusieron sonido regreso a un lugar querido y perdido. Encuentro mi nostalgia, porque a esas letras está fija una pronunciación. Hay páginas que tienen la misma magia del caracol de mar al que se acerca el oído para escuchar el oleaje: oímos con los ojos voces lejanas, voces que ya no están.
V
Hay quienes tienen buena memoria y hay quienes tienen buenos recuerdos. También hay quienes fusionan lo anterior con dos ingredientes: realidad e imaginación. Eso es literatura, todo lo anterior en conjugación.
—¿Qué cuentas? —nos decimos al saludarnos.
¿Cuántos Hawakatis resultarían tras ese detonante, leña al fuego para avivar nuestro espíritu Ajtsikbal si nos diéramos la oportunidad de narrarnos y fascinar a los demás? Después de todo, somos seres orales, nos define el lenguaje. Estamos hechos de historias y de átomos, de polvo de estrellas y relatos.