Haruki Murakami
Fragmento de "Sputnik, mi amor".
Cuando no entiendo algo, recojo, una tras otra, las palabras esparcidas a mis pies y las conformo en frases. Si no funciona, vuelvo a mezclar las palabras y las ordeno otra vez dándoles una forma distinta. Tras repetir varias veces el mismo proceso, al fin soy capaz de pensar como el resto de los mortales. Escribir jamás me ha parecido duro o pesado. Igual que otros niños recogían hermosas piedras o bellotas, yo escribía con entusiasmo. Tomaba papel y lápiz y, con la misma naturalidad con la que respiraba, escribía una frase tras otra. Y pensaba.
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Habitualmente, tomo conciencia de mi identidad en forma de palabras.
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Ya he afirmado antes que dentro de nosotros coexisten inevitablemente "lo que (creo que) sé" y "lo que no sé". A la mayoría de la gente le conviene vivir levantando un biombo que las separe. Porque es más cómodo, más práctico. Pero yo, simplemente, he quitado el biombo. Porque no he podido evitarlo. Porque odio los biombos. Porque yo soy así.
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Lo que se debe hacer es soñar. Soñar y soñar. Entrar en el mundo de los sueños y no salir de él. Vivir allí eternamente.
En los sueños no es preciso hacer distinciones. No lo es en absoluto. En primer lugar, en los sueños no existen fronteras. Y, por lo tanto, apenas hay colisiones. Y, aunque las hubiera, no dolería. La realidad es distinta. La realidad muerde. La realidad. La realidad.