Una de las cosas
que más me gusta de la historia, son sus chismes. Y sí de chismes se trata,
nuestra historia mexicana tiene uno buenísimo que tiene que ver con lo que
celebramos hoy en distintos lugares de nuestro mundo, un mundo muchas veces
caótico pero por más de mil razones, encantador. Un mundo que dan ganas de
vivirlo, ¿cómo no?
Navidad a la prehispánica. Lean no´mas:
Resulta ser que
en 1930, Carlos Trejo Lerdo de Tejada era el Secretario de Educación Pública en
los años que la historia de nuestro país tuvo como gobernante a Pascual Ortiz
Rubio. Así que Don Carlos Trejo propuso que fuera Quetzalcóatl el nuevo símbolo
de la navidad en México porque… ¿qué tenía que ver la imagen de Santa Claus con
nuestros niños mexicanos? No, no no, había que darle identidad a nuestra
cultura, a nuestra raza, aprovechar la gloria y herencia de nuestro imperio
azteca. Esto salió en la prensa y podrán imaginarse la de habladurías que levantó
semejante oleada en pro de nuestra identidad. En el periódico salió una
caricatura donde dos culebritas salen platicando:
––¿No te respondió la serpiente ésa?
––No, mi hermano; ora se ha
puesto reteorgullosa con eso de que en la Navidad le van a dar la chamba del “Santa Claus
mexicano”.
Por supuesto, Lerdo de Tejada tuvo
de su lado a muchas personas que defendieron su idea para sustituir al señor
gordito enfundado en traje rojo, con lentes redondos y barba blanca para que
Quetzalcóatl, con todas sus virtudes, ocupara su lugar. Para muchos sonaba
lógico. Imagínense en México, sobretodo en lugares como Yucatán donde nuestro
invierno es el verano para muchos, un trineo por los aires tirado por renitos. ¿A quién se le
ocurre? Qué barbaridad.
Entonces la SEP anunció que
Quetzalcóatl estaría representado como lo indican los códices antiguos: un
hombre rubio, eso sí, con barba, vestido elegante. ¿Y cuál iba a ser la sede
del acontecimiento donde éste Santa Mexicano iba a entregar sus regalos? El
Estadio Nacional. ¿La fecha? El 23 de diciembre.
Así que ni chimeneas ni trineos. Siguiendo órdenes, se construyó
una réplica del templo donde se rendía culto a Quetzalcóatl. Unos 15 mil niños
mexicanos estuvieron ahí puntualitos, a las cuatro de la tarde, y tras cantar
el Himno Nacional subieron al templo a recibir obsequios, dulces y suéteres
rojos.
¿Qué pasó en años posteriores? Se
los dejo a la imaginación. O a la realidad. O bueno, qué más da, se los digo:
no pasó nada. Seguimos en el imaginario con un Santa Claus guiado por renos,
porque ya no hubieron más réplicas del templo ni niños reclutados para ser
testigos y beneficiarios de la metamorfosis que volvió a Santa Claus en
culebrita prehispánica.
Tras compartir éste
breve relato a modo de regalito inusual, deseo a cada una de las personas que
de forma fugaz, ocasional o permanente rondan Letranías ––y ¿por qué no? también a los que no–– una feliz
mañana-tarde-noche-madrugada navideña, llena de cosas buenas, llena de buenas
historias y sobretodo, de ganas de contarlas y mucha vida para renarrarlas. ¿Qué sería de la vida sin las historias? Triste, sin duda, sin color, como un arbolito de navidad con los foquitos fundidos. Dicho en otras palabras, sin chiste (hablando de chistes). Así que a conversar y a brillar. A escuchar y a
encenderse con las luces de otros.
Un abrazo amoroso y bailarín.
Addy Góngora Basterra
¡Jo jo jo!