El cielo espeso de las aguas



Por Addy Góngora Basterra

Tal vez nuestro primer recuerdo —primitivo, ancestral, un recuerdo que más bien es nuestro primer olvido (¿quién se recuerda fetal?)— sea la deriva con la que nos formamos flotando en el vientre de nuestra madre. Además de esa experiencia ¿quién no ha vivido la alquimia del agua cuando nos sumergimos en una piscina, en el mar, en la bañera? El agua nos transforma, nos convierte por momentos en otros seres, damos un salto a otra dimensión cuando traspasamos la finísima capa de agua que separa la realidad del mundo acuático; ahí donde todos somos livianos, donde todo transcurre en cámara lenta, donde la ingravidez nos envuelve con toque misterioso en movimientos que sólo tenemos en sueños.



Quienes hayan buceado alguna vez sabrán lo que se siente habitar ese otro mundo que nos envuelve con silencio de colores y corales, ahí donde el tiempo pareciera pausarse. Esto lo sabe Zena Holloway (1973), buza inglesa cuyo trabajo como Scuba Diver, instructora de buceo, consistía en tomar fotografías submarinas a sus alumnos. El otro día escribí que el arte es detalle, saber mirar lo que para otros pasa desapercibido: Zena supo ver más allá de su “trabajo oficial” y empezó a crear. Sus fotografías son exquisitas, imágenes que rayan en el terreno de los sueños porque bajo el agua puede ser posible lo irreal. A diferencia de otros fotógrafos acuáticos cuyo trabajo es pro ecológico, Zena procura la belleza, las emociones y el asombro jugando con la luz, intercalando en ocasiones el arte digital; tanto ella como sus modelos trabajan a puro pulmón, sin tanques de oxígeno, sin snorquel, subiendo cada tanto a la superficie a tomar aire para luego descender a continuar la sesión. Su firma está tanto en Discovery Channel como en la revista Vogue, Greenpeace o Nike, Umbro y Vanity Fair.

Tal vez lo más parecido que tengamos a poder volar sea, precisamente, echarnos a nadar en ese cielo espeso de las aguas.

Disfruten la inmersión.