La semana que termina fue verano, generoso sol, clima cálido. Las ventanas en mi departamento han estado abiertas trayéndome un aire bondadoso en vez de los ventarrones que ponen a volar los papeles que dejo sobre la mesa (¡benditas sean las hojas numeradas!). Aproveché estos días para ropa ligera y chanclas playeras —“ojotas”, les dicen aquí (¿?)—, y para mejor ambientación, las bocinas retumbaron con El Gran Combo de Puerto Rico… ¡saboooor!
La otra tarde un animalito verde entró por mi ventana con una algarabía inusual, revoloteó con musical destreza aeronáutica, parecía bailar, iba y venía, rumbeaba. Tras un rato de malabares aterrizó en la esquina de la hoja en blanco que tenía frente a mí y ahí se quedó jugando con sus antenas, como los niños que aún no hablan y que, para entretenerse en su mundo privado y misterioso, se engarzan en el dedo índice los chorritos que se les forman en el cabello.
Me le quedé viendo. ¿Qué onda contigo, tú también quieres escribir?, le dije en voz alta. Era lindo éste bicho: cuerpo verde y delgadito, alas transparentes, ojos saltones y chiquitos, cuatro patas, antenas largas y güeras, de actitud alegre, con cierta pinta de bondad, no parecía de invierno, más bien parecía tropical. Ah, pensé, este amiguito es caribeño. Ha de tener un hábitat por aquí, aprovechando el calor salió a pasear, despistado pasó por aquí, oyó la música, vio en la pared fotos del mar, me vio en pareo, “de aquí soy”, habrá dicho, y se instaló.
Lo dejé en la hoja y me puse a trabajar en la compu. Cuando me di cuenta ya se había ido. Poco me duró la compañía. Seguí en lo mío y al cabo de un rato ¡sorpresa!, no salió volando por la ventana, andaba jugando al alpinista entre mis cuadernos.
Dejé que jugara, a lo mejor donde vivía antes se aburría. Pasó otro rato y volví a dejar de verlo. Ora sí se me fue. Hacía rato que se había acabado el ambiente salsero. Seguí trabajando. Cuando me doy cuenta lo tengo juntito a mí, cerca de mi antebrazo derecho, en el espacio que había en la mesa entre mi cuerpo y la computadora. Tuve que reacomodar la hoja donde aterrizó misteriosamente (¿cómo no lo vi?) para sacarlo de peligro porque en una de esas podía aplastarlo.
Creo que se durmió, su cuerpo ya no estaba erguido como un rato atrás. ¿Qué tal si su cuerpito es tan frágil que lo medio aplasté y le hice daño y por eso ahora no puede moverse?, pensé. Moví apenitas la hoja a modo de quien le toca el hombro a su compañero en el juego aquel de las estatuas para “desencantarlo”; mejor dicho, moví la hoja como quien le acomoda la sábana a un niño que duerme, y como un niño que se acomoda en la almohada, Caribito —así lo bauticé— meneó un poco las antenas, movió el cuerpo un poquitín y siguió su sueño.
Este oficio de escribir, que es noble como solitario, me hace detenerme a observar ciertas cosas, percibir, entablar un “diálogo” con acentos que vistos desde fuera parecieran esquizofrénicos. A lo mejor las últimas palabras son para justificar el tuétano loquito que he desarrollado y lo que voy a decir: quiero a Caribito. Sentí ternura por él cuando se acomodó para seguir su ratito de calma.
Pocas veces he visto bichos en el departamento. Con decir que no hay ni hormigas. Tampoco hay moscos. ¿Serán efectos de vivir en un séptimo piso? ¿Son eficientes las fumigadas de Charly “control de plagas” que se hacen cada tanto en el edificio? Parece ser.
Por eso me alegró tanto que llegara Caribito volando verdecito y guaracheando. Se quedó junto a mí hasta que me fui a dormir. Antes de pararme de la silla le agradecí la visita, vuelve cuando quieras, le dije, puedes vivir en Petri o en la planta de albahaca. Abrí completamente la ventana pues tal vez debía volver al lugar del que había venido. Y así fue. Al cabo de un rato regresé para ver si seguía en su camita de papel. Se había ido.
Caribito so long, farewell, auf wiedersehen, adieu.
En días siguientes he abierto desde temprano la ventana, pongo la música que le gusta, los cuadernos uno encima de otro para que sea otra vez el alpinista de libretas, coloco una hoja entre mi cuerpo y la compu, a modo de invocación, para que vuelva el animalito de fábula, mascota inusitada, ratito de compañía, Caribito que quiere sol, calor, música alegre y acomodarse en una hoja en blanco para soñar palabras, versos y abecedario.
Igual que yo.