La mujer que amé se ha convertido en un fantasma.
Yo soy el lugar de sus apariciones.
Ella es un fantasma
Dice José Arreola que esa mujer se ha convertido en un fantasma. Es una ilusión fingir que la veo bailar o que la miro desnudarse mientras corre la cortina del baño y camina sobre las puntas de sus pies cual si fuera bailarina. Podría ser que mi retina y la memoria han firmado un pacto de no agresión: tú no la veas, tú no la recuerdes. No así mi hombro que todavía respira sus cabellos cuando a punto de dormirse susurraba “cuéntame otro cuento”. Esta sedición de mi hombro. Esta soledad de mi hombro. ¿Es que todavía puede llamársele a esto hombro?
Dicen que es un fantasma y yo no sé. He caminado largamente por la plaza buscándola en la misma banca donde por primera vez dije deseo. No había nadie. Asegura José Arreola que esa mujer se ha convertido en un suspiro, en un hombre que arrastra la voz cuando pide un café y contesta NO después que la mesera ha preguntado si esperaba a alguien. Era tan blanca, era tan linda, era tan bella, que todavía su mirada me persigue, ese camino pedregoso cuando habla y cuando sueña. Dudo, sinceramente, que sea una aparición.
Digo que no es una aparición. Antes de que vuelva mayo creí verla en las puertas de un teatro. Era ella. Era su sombra que pasaba descansando en otro hombro. Era que mis ojos se volaron y mis huesos como en la luna, se entumecieron de tanto pavor; ver a un muerto, ver a un recuerdo que sonríe y cuyo aroma no es otro sino el mismo, del beso que nos dimos en el Parque de las Flores, del abrazo en la arena frente al mar; hay un fantasma en las esquinas y en los relojes, hay una muerte tan fidedigna cuando te veo, porque no eres una aparición, no eres un fantasma, aunque Arreola se atragante con sus versos.
Dice ella que estoy loco. Que a mí no se me volaron los ojos sino los sesos. Que mi hombro es un húmero dispuesto en el mercado libre de la carne y los amores, que ella de una vez por todas prefiere olvidar lo que es un bien común. Dice ella, y dice tantas cosas, que es imposible (aunque quiera) que sea un fantasma como anuncian los altavoces del olvido, o como ella misma hace parecer cuando en las puertas de un teatro ve mi rostro y es mejor ser un fantasma que un solo recuerdo.
Decimos que esto de la locura es una extraña suerte de estrabismo. Que nadie amó como el Quijote a Dulcinea, o como Sancho Panza a su ínsula preciosa, o como rocinante a su viejo deicida y todas las historias tienen este golpe de platonismo puro que empalaga y arde. Dicen y dicen, y algunos hasta maldicen que la distancia sea el olvido, un bolero que cabalga en el insomnio de una melodía melosa, es Daniel Santos, es Javier Solís, es Agustín Lara y acuérdate de Acapulco, María bonita, María del Alma.
No se diga más. Aún cuando Juan José Arreola tan sólo suponga que esa mujer se ha convertido en un fantasma, yo soy el lugar de todas y cada una de sus apariciones.
Manuel J. Tejada Loría es yucateco.
Publicado en el periódico PorEsto!:
http://www.poresto.net/cultura/23634-ella-es-un-fantasma
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