© Gyouten Matsuzaki
Enrique Santos Discépolo (1901-1951)
Me acuerdo del cuento aquel de los tres chicos que la interrogan a la abuelita, muy viejita ella:
—Decime, abuelita: ¿es cierto que a mí me trajo la cigüeña?
—Sí querido —dice la abuelita. Te trajo una cigüeña muy blanca y muy linda. Te dejó sobre mis brazos y se alejó volando.
—A ti te trajeron desde París, precioso, dentro de un jazmín —le dice al segundo.
—¿Y es cierto que a mí, dice el tercero, me trajeron de Holanda en un queso?
—Cierto es mi nietito.
—¿Pero vos estás convencida de esto? ¿Vos lo creés, abuelita?
—¡Y cómo no he de creerlo, hijo mío!
Entonces los tres chicos se apartan y en un rincón de la pieza, el mayor dice a los otros, señalándoles la abuela:
—¿Qué hacemos?... ¿se lo decimos?... ¿o la dejamos que se muera así?
—¿Pero vos estás convencida de esto? ¿Vos lo creés, abuelita?
—¡Y cómo no he de creerlo, hijo mío!
Entonces los tres chicos se apartan y en un rincón de la pieza, el mayor dice a los otros, señalándoles la abuela:
—¿Qué hacemos?... ¿se lo decimos?... ¿o la dejamos que se muera así?