Matanzas, Cuba.
Carilda Oliver Labra. Poeta cubana.
Tomado del libro Se me ha perdido un hombre, 1991.
Le conocí cuando acababa enero
una noche de tantas en provincia.
Él, un tenor novato, sin fortuna,
yo, una otoñal bastante presumida.
No nos enamoramos. Creo, al menos,
que no volví a acordarme de aquel día;
aunque dijo después, que, desde entonces
le parecí una bruja muy bonita.
En mi ciudad de sátiros y puentes
alguna tarde le encontré de prisa.
Era como un milagro su presencia,
como un azul cayendo en la llovizna.
Hablamos disparates y locuras
(nunca la sensatez tuvo poesía);
en mi pecho fatal de divorciada
puso una venda nueva su sonrisa.
Así fuimos por parques, por auroras,
bebiendo sueños y comiendo pizzas
hasta que casi sin pensarlo, casi,
nos decidimos a torear la vida.
Para qué describir los sobresaltos
o cómo nos juramos tonterías.
Éramos dos que se besaban mucho
metidos en el cielo o la cocina.
Simples, aunque radiantes de bondad,
pobres, aunque cargados de alegría,
no nos faltó gimnasia ni aventura,
tuvimos en el patio golondrinas.
Pero procede un súbito silencio
si cuento que esa llama hizo ceniza.
Pasaron años y llegó la sombra:
mi muchacho, que a veces parecía
una manzana -extraño en su belleza-,
una luz desprendiendo la camisa,
se ha quedado sin cuerda de repente
porque siempre es fugaz la maravilla.