Releyendo a Clarice Lispector

La fiesta del termómetro roto

© Fotografía de Kulka

Clarice Lispector. Escritora brasileña.
Tomado del libro "Revelación de un mundo".

30 de septiembre de 1971

Siempre fue y será una fiesta para mí cuando se rompe en casa un termómetro y se libera la gota gorda y contenida de mercurio plateado, allí en el piso, dando una pequeña carrera y luego inmovilizándose, inmune. Intento tomarla con cuidado, auxiliada con el ángulo de una hoja de papel que pasa deslizándose por debajo de ella. O de él, el mercurio. Que no se puede atrapar: en el momento en que pienso que lo tengo se astilla mudo entre mis dedos como mudos fuegos de artificio, como lo que dicen que nos sucede después de la muerte —el espíritu vivo se dispersa en energía suelta, por el aire, por el cosmos. Qué imposibilidad de capturar la gota sensible. Ella simplemente no lo permite y resguarda su integridad, incluso cuando se reparte en innumerables pelotitas dispersas: pero cada pelotita es un ser aparte, íntegro, separado. Basta sin embargo que yo alcance ligeramente a una y ésta es atraída velozmente por la que está cercana y forma un conjunto más lleno, más redondo. Sueño tanto hoy que rompí un termómetro como cuando niña, sueño millares de termómetros rotos y en mucho mercurio denso y lunar y frío y desparramándose. Y yo jugando, toda seria y concentrada en alto grado, jugando con la materia viva de una enorme cantidad del metal de plata. Me imagino sumergiéndome como en un baño en este vasto mercurio que imagina salido de los termómetros: al sumergirme millares de pelotas se soltarían, cada una por sí, gruesas, impasibles. El mercurio es una sustancia exenta. ¿Exenta de qué? Nada explico, me rehuso a explicar, me rehuso a ser discursiva: está exento y basta. Parece poseer un frío cerebro que comanda sus reacciones. Me siento en relación a él como si yo lo amara y él nada sintiera por mí, ni siquiera una obediencia de objeto. El mercurio es un objeto que tiene vida propia. Lidiar con él es una experiencia no sustituible por otra. Él no cede ante nadie. Y nadie consigue atraparlo. El espíritu, a través del cuerpo como medio, no se deja contaminar por la vida, y ese pequeño y resplandeciente núcleo es el último reducto del ser humano. Las fieras también poseen ese núcleo irradiante, tanto que ellas se conservan íntegras, indomesticables y vitales.

Noto que pasé del mercurio al misterio de las fieras. Es que el mercurio —que constituye la materia de la luna— hace meditar, me lleva, de una verdad a otra, hasta el núcleo de pureza e integridad que está en cada uno de nosotros.

¿Quién? ¿Quién no jugó con el termómetro roto?