El día que Julia nació

Mar Mediterráneo en día de tormenta.
Aguadulce, España.

Por Julia Mortera*.

La mañana en la que Julia nació parecía de noche.

Once treinta y tres. Cielo cenizo. Ráfagas de viento arrancan a diminutos insectos de sus refugios, álamos danzan a destiempo y pierden parte de su follaje. Desde el faro se miran remolinos que al deshacerse liberan miles de granos de arena. Corren por las banquetas como huyendo, ya los primeros granos se han metido en las ranuras de las baldosas, otros en los baches del camino y, la arena menos afortunada, vuela en pánico suplicando un poco de calma.

No hay un alma en las calles, no hay quien se atreva a deambularlas. Llueve. Dicen que nunca se ha visto llover de tal manera en marzo. Cuentan que en el puerto los más valientes marineros callan vigilantes en los camarotes, a la guardia de sus navíos y de la incesante marea del mediterráneo.

En las casas, los gatos y los perros con la cola entre las patas se esconden en las esquinas, los niños entonan cantos para aminorar las voces del viento que golpea las ventanas, las madres preparan migas para distraer la angustia que grandes y pequeños sienten ante el mal tiempo que no parece concluir.

En la mayoría de las casas la tormenta permanece fuera de las ventanas y puertas, pero en el número 128 de la calle Pedro Muñoz Seca, la tormenta parece tener su epicentro. Una mujer de veintisiete años espera en vano ser trasladada al hospital de la Virgen del Mar para dar a luz. Se ha roto la fuente a las treinta y ocho semanas de embarazo teniendo tiempo únicamente para alcanzar el teléfono y avisar: "viene en camino". A la joven mujer no le preocupan las condiciones climáticas o la fuerza de la naturaleza, sabe que poco poder tiene sobre la vida que está por nacer.

Aguadulce, costa de Almería.

Once cuarenta y ocho. Una sola contracción, poco dolor. Minutos después de haber llamado por teléfono, sin señales de ayuda y sin preocupación por tenerla, consagrando la labor de parto y, estando Teresa en el "llena eres de gracia" del primer Ave María, estalla un llanto que se escucha en las mesas de las casas de las familias que comen migas, que interrumpe el canto de los niños y que mueve la cola de perros y gatos. Ha dejado de llover. Pareciera que el llanto recién nacido calmara la marea y sacara a los marineros a cubierta. La arena encuentra calma, los remolinos cesan y los álamos logran conservar hojas que cuelgan de sus ramas.


Once cincuenta. Un rayo de luz traspasa una nube negra. El cuerpo de emergencia rompe el cerrojo de la puerta para brindarle ayuda a la mujer. Queda poco por hacer. Un gorrión se posa en la ventana de la sala justo cuando está por cortarse el cordón umbilical. Todos en la habitación miran sorprendidos la bravura del acontecimiento. La madre sostiene a la niña, y en solemnidad exclama: ¡bienvenida al mundo Julia!

Y así, sin más, el gorrión se echó a volar.


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Julia Mortera (1974) es escritora huésped del blog Letranías.
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