¡Estela, grita muy fuerte!

La literatura es aliada de la vida y muchas veces suele decirnos a la cara lo que no nos atrevemos a decirnos a nosotros mismos... o lo que resulta difícil hablar con alguien más. El cuento que hoy comparto aborda un temazo: abuso sexual infantil. Si nosotros como adultos somos vulnerables a un sin fin de situaciones desagradables, a cuántos no están expuestos los niños. Este relato escrito por Isabel Olid e ilustrado por Martina Vanda aborda el tema de una manera sutil para compartirlo con niños que forman parte de nuestras querencias. El libro puede conseguirse por internet en el portal de Amazon. ¡Suerte en su búsqueda!

Addy

¡Estela, grita muy fuerte!


Por Isabel Olid y Martina Vanda.

A Estela le gustan muchas cosas. Le gusta jugar con el agua de la bañera e imaginarse que es un delfín que se vuelve pequeño, pequeño y se mete de un brinco por el ducto de la ducha y corre por todas las cañerías de la casa, hasta que su papá, que está fregando los platos en la cocina, abre la llave del fregadero y el delfín tiene que volver a convertirse en Estela para no caerse dentro de la sartén sucia que tiene entre las manos su papá.

También le gusta jugar con sus amigos en la escuela. Tiene muchos amigos: Guille, Bruna, Brai, Ana, María... pero su amiga más amiga es Lucía. Con Lucía puede jugar a un millón de cosas. Lástima que tenga tanto genio.

Hoy, por ejemplo, cuando en la hora de la lectura, Estela coge un libro precioso con peces fantásticos de color lila, que es su color preferido, Lucía se enfada porque ella también quiere leerlo y empieza a pellizcarle los brazos y las piernas. Estela, que no sabe qué hacer, se pone a llorar bajito y se imagina que es un pájaro de color naranja que vuela hacia arriba, arriba y trepa hasta el techo y ya no la pellizcan más.


Y cuando deja de notar las uñas afiladas de Lucía, abre los ojos y se mira las manos para ver si se han convertido en alas, imaginándose que al final ha logrado transformarse en pájaro y ha escapado. Pero no. Es Conchita, la maestra, que ha separado a las niñas y que riñe a Lucía por su mal carácter incontrolable.

—Pero Estela, cariño, ¿por qué no has dicho nada? Te ha dejado llena de marcas...
—Es que... no sabía qué hacer.

Estela se encoge de hombros y mira a Lucía, que ya pone cara de arrepentida.

—¿Verdad que no te gusta que te peguen? —le pregunta Conchita, y Estela dice que no con la cabeza. —Pues cuando alguien te hace algo que no te gusta, tienes que decirle que pare. Y si no para, entonces GRITAS muy fuerte hasta que vengan a ayudarte. No tienes que dejar que te hagan tanto daño.

—Y tú, Lucía, aprende a pedir las cosas. No puede ser que por culpa de tu mal genio le hagas daño a tu mejor amiga. Venga, dale un beso y pídele perdón.


A Estela le gusta su pelo, oscuro y larguísimo. A veces se imagina que su pelo es un vestido mágico que la protege del mundo y la hace más fuerte. Pero cuando su madre la peina después del baño, se da cuenta de que, en realidad, sólo es pelo y que cuesta mucho desenredarlo. Sus padres siempre la amenazan con que si se queja le cortarán la melena, y por eso ella nunca dice nada. Pero esta vez, cuando mamá le hace daño con el peine, Estela piensa en lo que le ha aconsejado Conchita y dice:

—Mamá, ¿me puedes peinar más suave? Es que me estás haciendo daño.
Mamá se sorprende un poco, porque Estela no se ha quejado nunca, pero le da un beso y le dice:
—Claro, preciosa, iré con más cuidado. Si vuelvo a hacerte daño, me avisas, ¿de acuerdo?

Estela está contenta, ¡el truco de Conchita funciona!

Otra cosa que le gusta mucho a Estela es ir a comer a casa de los abuelos los domingos, porque la abuela siempre le hace tortilla de patatas con croquetas, que es su plato preferido. En cambio, en casa, sus padres nunca tienen tiempo de pasarse tanto rato en la cocina. Hasta hace poco, también le gustaba jugar con el tío Anselmo, que le hacía trucos de magia con las cartas y le contaba cuentos divertidos, pero últimamente ha empezado a hacer cosas raras y ya no le gusta nada. La encierra con él en la habitación mientras los mayores hablan en el comedor, le quita la ropa y le hace unas cosquillas muy raras por todo el cuerpo, incluso por sitios tan escondidos que ni siquiera ella conoce.


Cuando le pasa eso, se imagina que es una nube de azúcar que se escapa por la ventana y vuela sobre el mar, que un viento muy suave la empuja otra vez hacia casa y la hace entrar por el balcón del comedor y ahí se convierte en una gotita de lluvia que cae sobre la mejilla de mamá y le da un beso muy dulce.

La primera vez que el tío Anselmo lo hizo, cuando ella le preguntó por qué le quitaba la ropa, él le dijo que era su sobrina preferida y que la quería mucho, y que ese juego era el juego más secreto de todos. Como Estela era la sobrina a quien más quería, debía hacerle caso y guardarle el secreto.

Estela no acababa de entender aquel juego tan desagradable, porque se supone que los juegos tienen que ser divertidos, pero no quería que el tío Anselmo se enfadara por su culpa, así que se callaba y se aguantaba.


Pero este domingo, cuando su tío empieza a tocarla por todo el cuerpo, Estela nota como el asco la recorre de los pies a la cabeza, recuerda otra vez el consejo de Conchita y cómo mamá le hizo caso al peinarla, y le dice:

—Tío Anselmo, lo que me haces no me gusta nada. Déjame en paz.

El tío Anselmo no le hace caso y Estela nota cómo de dentro le sale un grito enorme.
Un grito tan fuerte que se escapa por la ventana y viaja mar adentro,
resuena por China y por Australia,
y se unen los pingüinos del Polo Sur y las jirafas de África.
Y entonces, toda ella se convierte en el grito,
y nota cómo tiemblan las hojas de los árboles de la selva,
cómo los caracoles esconden sus cuerpos,
cómo los perros corren a esconderse debajo de las camas
y todas las nubes se ponen a llover.


Entonces tío Anselmo le arregla el vestido con rapidez y se asoman por la puerta mamá y papá, los abuelos, la tía Carla y el tío Jaime y hasta la prima Miriam.

—¿Qué ha pasado? —preguntan todos a la vez.

El tío Anselmo, que de golpe se ha puesto pálido como la leche, dice:

—No, nada, estábamos jugando.

Estela lo mira y dice:

—Sí, pero a un juego que no me gusta.

Y corre hacia mamá, que la coge en brazos y le da un beso muy tierno.

Tiene muchas cosas que contarle a su mamá, pero lo hará mañana.

Hoy solo tiene ganas de abrazarla.

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