La danza de los libros en mudanzas


Por Addy Góngora Basterra.
@letranias

Érase una vez, por la hacienda Petcanché, una casa de una planta con un ciprés al frente y ventanas de pestaña. Érase otra vez una casa en Las Américas donde una mascota canina se me echaba encima al verme entrar; había también una tortuga que comía de mi mano, una terraza techada con un pequeño jardín que en vez de césped tenía piedras blancas con macetas y flores magenta. Érase también, en la Emiliano Zapata Norte, una casa color mamey con un árbol de caimito y de naranja agria, un patio donde algunas noches sonaron guitarras y un cajón flamenco, el canto camaleónico de los cenzontles, la lluvia entre el follaje. Había también una bugambilia bicolor, un limonero con las hojas hechas taco y un gran tolok devorador de flores de ornato. A ese patio daban las ventanas de mi cuarto, donde aprendí a despertarme con el olfato al sentir en las mañanas el olor a cítrico, intenso en ese horario. Hago este recuento de hogares porque es la cuarta vez en cinco años que me cambio de casa, porque el ir y venir de las mudanzas ha sido una marea que me renueva. En cada sitio he sido feliz: quise querer y me quisieron, intenté domesticar a un perro, escribí las únicas canciones que he compuesto; las canté, las compartí. A veces, haciendo cualquier cosa, las tarareo.

Mi nómada forma de habitar una casa pagando renta mes a mes y firmando contratos en mi búsqueda por encontrar un lugar cómodo, se volverá sedentaria ahora que una oportunidad imprevisible me ofrece un cambio. Así que me despido de la colonia Alemán. Me voy a un piso alto donde por ahora tendré una cocina sin estufa, atardeceres al filo de pupilas, un librero nuevo y a mi hermana por vecina.

Quien lo ha vivido lo sabe: cambiarse de casa es una suerte de inventario. Nos damos cuenta de lo que tenemos pero también nos damos cuenta de todo lo que no sabíamos que teníamos. Organizar la mudanza es remover el alma del lugar que vivimos, es elegir qué se conserva y qué no, qué se puede regalar y a quién, desechar para mejorar tras decidir con qué queremos entrar al nuevo espacio.

De entre todo, hay algo de lo que jamás he querido deshacerme y que cuido tanto como las copas de vino y la vajilla, algo que es para mí la parte predilecta de las mudanzas: mis libros, mis cuadernos, bitácora de mi vida. Aunque parezca un proceso rápido, guardar libros es lo que más me entretiene: me pongo a hojearlos, leo fragmentos, subrayados, anoto algo, los separo… y se vuelve el cuento de nunca acabar. Termino guardando la mitad de los libros porque aparto una cantidad considerable que quiero releer. Esta vez fue mi papá quien me ayudó a guardarlos. Qué bueno que fue así, porque si lo hubiera hecho yo ahí seguiría: Gracias papá.

Hay personas para quienes los libros son familia. Soy de esas, pues me agrada la compañía de mis entrañables seres vivos de tinta y papel. La literatura, como la música, es parte del espíritu que enriquece los lugares que habito. Por eso conservo en casa de mis padres la pequeña biblioteca que empecé a formar poco antes de entrar a la universidad. Porque sé que ahí donde estén mis libros, estará mi hogar.

@letranias