El cap als núvols | La cabeza en las nubes

Antes de "La cabeza en las nubes" lo que aparece en la imagen no significaba nada para mí. Ese pedacito de papel ya no es solamente parte del boleto de entrada a la función
es una de las cosas más hermosas que he visto en mi vida. 

Por Addy Góngora Basterra. 

El jueves me encontré a Silvia Káter. Hacía mucho que no nos veíamos, así que caminamos hasta encontrarnos en un abrazo. Me contó, con mirada iluminada, que ya era abuela. Me mostró la foto de su alegría enmarcada en la pantalla del celular: bebé de ojos grandes sonreía. También me contó, metiendo la mano a su bolsa, que está promocionando el Festival de Teatro La Rendija. Sacó un programa y me lo dio.

—No te puedes perder “La cabeza en las nubes—me dijo. Es una hermosura, te hará llorar.

Y yo, con absoluta certeza, le dije que iría.

—Mañana a las 9 de la noche hay una función en La Rendija. Te recomiendo que vayas a esa, la del domingo 16 va a estar muy llena porque es la inauguración.

Nos despedimos. Silvia, creo, se fue sin saber que la estaba, desde ya, obedeciendo. ¿O sí sabías, Silvia?

Tan pronto pude desplegué el programa. Leí:



Quise ir. Como deduje que la función más que una actividad sería una experiencia, le dije a dos personas que me acompañaran porque hay cosas que después de verlas, sentirlas y vivirlas, exigen conversarse. Así que convoqué a dos conversadoras que intuí que se aventurarían conmigo: Alicia y Dora Ayora Talavera. Ambas, sin preguntar de qué se trataba, en dónde era o cuánto costaba, dijeron que sí. Mejor, pensé. Llegarán sin saber, con absoluta ingenuidad para darle cabida al asombro. Igual que yo.

Llegamos a La Rendija, una casa amarilla de esquina que ahora es un lugar para sentir. Fui feliz de encontrar ahí miradas queridas que viven en cuerpos que siempre es grato rencontrar: Celia Pedrero, Rosalinda Jinich —acompañada de su hija Victoria, a quien conocí por mail el año anterior—, también a Susana Ramos. Susana es una joven artista visual, fue mi alumna el semestre pasado. Como vivimos por la misma zona y la clase era a las siete de la mañana, pasaba por ella y nos íbamos de Las Américas a la Facultad de Arquitectura de la UADY, distancia considerable. No sé si alguna vez le dije cuánto disfruté esas conversaciones a las 6:30 de la mañana en el trayecto de la casa a la facultad, tomando café. Hace un rato, por mensajito de texto, a propósito de lo que a continuación contaré, me dijo: “He ido muy poco al teatro y lo de ayer cambió mi forma de verlo”. Andaban por ahí también Analie Gómez, Ricardo Tatto, Juan de Dios Rath, Bertha de la Peña, Nonoya Iturralde.

Hacía calor. Ya sabemos cómo es Mérida en estas fechas. Cuando dieron el aviso para acceder a la sala, atravesando la cascada de una cortina roja, la temperatura se regulaba. Entrar ahí era otra manera de respirar, otra manera de estar en una atmósfera oscura y fresca, tan sólo a un paso de distancia del  mundo exterior. ¿No es fascinante lo que puede haber tras la cortina gruesa de un umbral?

Líneas arriba mencioné algunos nombres, personas que identifico y personas que conozco. No éramos los únicos. Ahora, mientras escribo, pienso en todos ellos,  en los conocidos y en los desconocidos. Pienso en lo que había dentro de esas miradas espectadoras, en lo que experimentaron anoche en una función teatral en la que el actor no dijo ni una sola palabra. En “La cabeza en las nubes” todo el lenguaje está construido con movimientos y objetos. No hay vocabulario: hay emociones.


Cada movimiento de Xavier Bobés me inundó de sensualidad. Es decir: me hizo sentir. Me atrevo a decir que no sólo en mí se activó el imperio de los sentidos. Lo que sentí cuando Xavi —como un pez pequeñito e inofensivo— se escurría entre los cordeles de los que cuelgan los objetos que le dan sentido a la obra, fue eso: sensualidad. Sensualidad que traduzco como sensual que traduzco como sentir. Y pensé en el verso de Huidobro: “Poeta, no digas la rosa, hazla florecer en el poema”. Anoche y cada vez en “El cap als núvols”, Xavier Bobés es un poeta que sin recurrir a las palabras hace florecer su poema.

Silvia tenía razón: “Te hará llorar”. Si bien no lloré, en varios momentos sentí eso que precede el llanto. Me sentí profundamente conmovida por un guante… ¡un guante!... un guante de esos largos que cubren hasta el antebrazo… nunca un guante me había hecho  sentir; me conmovía Xavi que con una mirada decía tanto, ¡pero tanto que podía hacerte llorar! Todo por la manera en la que abría la boca del guante para asomarse a él como quien se asoma a un lugar donde espera encontrar, con miedo, que ya no hay nadie. O al menos yo así lo interpreté. De eso se trata, después de todo, la vida. Estamos rodeados por objetos, convivimos con ellos y a cada uno le asignamos emoción, significado, sentimientos, nombres, apellidos, fechas; algunos son tablas de salvación, otros, balas perdidas.

Por momentos miraba los gestos de Alicia y Dora, eran niñas fascinadas, sus rostros de mujeres adultas regresaron a la infancia. Ambas tenían esa chispita que vi en fotos que Alicia tiene en Facebook de la primera vez que fueron al mar. En la foto son unas niñitas y están paradas sobre una tortuga gigante —con el mar de telón de fondo— sonriendo con una sonrisa muy parecida a la que tenían ayer. Cuando acabó la función, Alicia dijo: “Me recordó mucho cosas que hacía de niña”. Así que creo que no me equivoqué.


Puedo decir mucho de lo que Xavi Bobés me hizo sentir anoche con cada uno de los recursos que usó para derrochar talento escénico. No  olvidaré la experiencia de haber vivido, por primera vez en mis treinta años, algo imposible que siempre había querido: entrar al sueño de alguien más.

Anoche, con la invitación de Silvia y $80.00, pude hacerlo. Me di algo que nada había podido, ni siquiera el cine, porque una cosa es vivir algo frente a la pantalla grande o la televisión y otra cosa es estar ahí, en tiempo real, con la piel de gallina, respirando el mismo aire que el actor que te está llevando a un lugar imposible. Un lugar que pareciera que siempre ha estado ahí, pero al que sólo a un experto —chamán teatral— como Xavi Bobés, se le tiene permitido acceder para, a su vez, sabernos guiar.

Vivir ayer “La cabeza en las nubes” fue una inversión que nada puede desvanecer. Hay dinero que se invierte en ropa, pero la ropa nos la ponemos y nos la quitamos; hay dinero que se invierte en bebida y alimento, pero el cuerpo hace lo que tiene que hacer y lo transforma; hay dinero, mucho dinero, que se invierte en cosas efímeras. Mis $80.00 de anoche y el dinero que he invertido y seguiré invirtiendo en arte, libros y cultura permanece para siempre, aun cuando preste un libro y no me lo regresen; aun cuando un disco, de tanto oírlo, se raye y ya no suene. Aún que pase el tiempo, para mi Sara Baras sigue taconeando en mi recuerdo como aquella noche que la vi en Madrid; Gal Costa, Les Luthiers y Astrid Hadad siguen cantando y haciendo un show inolvidable en el escenario: los sigo viendo. Eliseo Alberto, con su acento cubano, conversa con Ángeles Mastretta  en una sala del Palacio de Bellas Artes mientras, en un mural excepcional, Siqueiros sigue latiendo en colores.

No podré olvidar, no querré olvidar a Xavi Bobés ni al mundo en miniatura lleno de sonidos, sombras, luces y emociones que anoche me enseñó. Me acompañará para siempre como estoy segura que acompañará a quienes ayer compartimos un mismo espacio en La Rendija.

Espero encontrarte pronto, Silvia, para ver otra foto del bebé en la familia y una nueva invitación al teatro, mundo de las maravillas.

PS. Enhorabuena para todos los involucrados en la tercera emisión del Festival de Teatro La Rendija. Por ahí coincidiremos.