Federico García Lorca


Leonardo y Novia escapan juntos... huyen...
la gente los busca... los siguen de cerca...
Novio enfurecido anda a caballo... quiere matar...
Es noche... luna llena... cuchillos y escopetas...

El cortijo del fraile.
Aquí ocurrió en 1928 el trágico crimen amoroso que
inspiro a Federico García Lorca para escribir Bodas de sangre, 
obra teatral de la cual compartimos el siguiente fragmento. 

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Leonardo:
¡Calla!

Novia:
Desde aquí yo me iré sola.
¡Vete! ¡Quiero que te vuelvas!

Leonardo:
¡Calla, digo!

Novia:
Con los dientes,
con las manos, como puedas.
Quita de mi cuello honrado
el metal de esta cadena,
dejándome arrinconada
allá en mi casa de tierra.
Y si no quieres matarme
como a víbora pequeña,
pon en mis manos de novia
el cañón de la escopeta.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

Leonardo:
Ya dimos el paso; ¡calla!
porque nos persiguen cerca
y te he de llevar conmigo.

Novia:
¡Pero ha de ser a la fuerza!

Leonardo:
¿A la fuerza? ¿Quién bajó
primero las escaleras?

Novia:
Yo las bajé.

Leonardo:
¿Quién le puso
al caballo bridas nuevas?

Novia:
Yo misma. Verdad.

Leonardo:
¿Y qué manos
me calzaron las espuelas?

Novia:
Estas manos que son tuyas,
pero que al verte quisieran
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera,
te pondría una mortaja
con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento, qué fuego
me sube por la cabeza!

Leonardo:
¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
Porque yo quise olvidar
y puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía.
Es verdad. ¿No lo recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eché en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres de plata
mi sangre se puso negra,
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa,
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las trenzas.

Novia:
¡Ay que sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
He dejado a un hombre duro
y a toda su descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta.
Para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola! ¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.

Leonardo:
Pájaros de la mañana
por los árboles se quiebran.
La noche se está muriendo
en el filo de la piedra.
Vamos al rincón oscuro,
donde yo siempre te quiera,
que no me importa la gente,
ni el veneno que nos echa.

Novia:
Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo,
como si fuera una perra,
¡porque eso soy! Que te miro
y tu hermosura me quema.

Leonardo:
Se abrasa lumbre con lumbre.
La misma llama pequeña
mata dos espigas juntas.
¡Vamos!

Novia:
¿Adónde me llevas?

Leonardo:
A donde no puedan ir
estos hombres que nos cercan.
¡Donde yo pueda mirarte!

Novia:
Llévame de feria en feria,
dolor de mujer honrada,
a que las gentes me vean
con las sábanas de boda
al aire como banderas.

Leonardo:
También yo quiero dejarte
si pienso como se piensa.
Pero voy donde tú vas.
Tú también. Da un paso. Prueba.
Clavos de luna nos funden
mi cintura y tus caderas.

Novia:
¿Oyes?

Leonardo:
Viene gente.

Novia:
¡Huye!
Es justo que yo aquí muera
con los pies dentro del agua,
espinas en la cabeza.
Y que me lloren las hojas.
mujer perdida y doncella.


Leonardo:
Cállate. Ya suben.

Novia:

¡Vete!

Leonardo:
Silencio. Que no nos sientan.
Tú delante. ¡Vamos, digo!

Novia:
¡Los dos juntos!

Leonardo:
¡Como quieras!
Si nos separan, será
porque esté muerto.

Novia:
Y yo muerta.